2 de mayo de 2011

“La triple enajenación de la mujer”

Sería absolutamente refutable, decir que la lucha por la equidad de género es una lucha aislada, resulta como constituir dos esferas en donde el ser humano por un lado, y la sociedad por el otro, se desenvuelven en condiciones distintas

Las condiciones de explotación del sistema, capitalista resultan enajenantes. Los y las trabajadoras realizan tareas monótonas y poco vinculantes en el proceso de producción.

El sistema, además de destinar a más personas a las ocupaciones a destajo, trabajos inestables, y poco remunerados como los de albañilería, choferes, recicladores, trabajo doméstico y los de cuidado; se ha encargado de agudizar cada vez más la enajenación que vivimos.

Las mujeres son las mayores víctimas de este tipo, porque llevan la carga de siglos de relego social y productivo; y, aunque hoy en día muchas mujeres se han insertado en el campo laboral, siguen siendo relegadas por el tipo de trabajo que realizan.

Por ejemplo: las tareas domésticas y las de cuidado, son dedicadas casi exclusivamente a las mujeres. Mujeres que, dejan sus hogares y a sus hijos para ir al cuidado de los hijos ajenos en busca del reconocimiento económico por el trabajo que hacen todos los días de su vida.

Otro ejemplo concreto es el que viven muchas mujeres en nuestro país, con el tema de la migración: ellas han sido las víctimas más críticas, las que llevan no solo la carga social de estar solas, sino la carga que implica el cuidado exclusivo de sus hijos y la manutención de su casa.

Es fuerte la enajenación laboral que viven las mujeres, pero lamentablemente no es solo en ese campo en donde han sido enajenadas de manera más crítica, frente a sus compañeros. La enajenación que la mujer vive se refleja en su vida cotidiana: La mujer se ve enajenada de su condición de mujer, para sentirse madre y esposa, siempre invisible al yugo del marido; hija, bajo el yugo de los padres y además de sus hermanos varones, a los que por “vocación” debe servir; pero además, y ya como gota que derrama el vaso, la mujer ha sido hasta desnaturalizada de su ser, muchas mujeres se sienten “poca mujer” frente a las de las propaganditas de tele y los estereotipos que nos muestran.

Es importante entonces conocer la realidad que vivimos las mujeres, no victimizándonos, ya es suficiente con el sistema que lo hace, sino visibilizándonos dentro del contexto que vivimos, con las condiciones particulares que nos tocan afrontar dentro de esta sociedad, para transformarlas.

La tarea de trabajar por un cambio de época es trascendental, pero no se conseguirá jamás, sin reivindicar a la mujer, para que bajo condiciones igualitarias se le permita la inserción en el trabajo revolucionario.

9 de abril de 2011


EL PARTIDO COMUNISTA

Y LOS INTELECTUALES

Joaquin Gallegos Lara.

1. Camarada: recibo vuestra hermosa revista nueva, BLOQUE y aunque no estoy de acuerdo con el total del espíritu que la informa, son tantas nuestras coincidencias que, ante todo, mi carta quiere ser la expresión de mi reiterada camaradería para con ustedes sus fundadores, y mi felicitación.

BLOQUE es un órgano cultural que acierta al hallar su tendencia general hacia la salida que el pueblo trabajador da a la cultura, sacándola del pantano en que la ha colocado la descomposición de la mentalidad social de las clases reaccionarias. Hay que afirmar que únicamente un criterio revolucionario frente a los problemas modernos del hombre puede calificarse de en verdad cultural, en nuestro tiempo. Las elucubraciones reaccionarias sobre los viejos tópicos de la cultura, por muy novedosos de forma que sean, tienen tal carácter regresivo que se vuelven un veneno para ella.

Lo más alto del pensamiento burgués, la filosofía burguesa, está pudriéndose. No es un secreto para nadie. Se llama ahora ella Bergson, Scheler, Spengler, Ortega y Gasset. Empieza por hilar delgadísimo con las ideas. Termina practicándosele a bala contra los obreros y todo el pueblo, incendiando los edificios y los libros, ahorcando la razón con la soga de Dios.

Hemos insistido mucho los que tratamos de mirar la vida con el criterio marxista, en que la desagregación y decadencia del pensamiento burgués frenó a la ciencia, puerilidad de la filosofía, rebajamiento del arte es un hecho producto del final del sistema social capitalista. Por consiguiente, insistimos también en que el proletariado, la clase que históricamente está investigando debe derribar y heredar a la burguesía y construir una sociedad socialista, es la única clase que puede dar un nuevo contenido e imprimir un nuevo sello a la cultura.

Y he ahí, Jorge Hugo Rengel, la clave de mis coincidencias y divergencias con la redacción de BLOQUE.

Estoy de acuerdo en que sólo las masas pueden salvar la cultura y en que es preciso ir con ellas por mi parte voy con ellas no sólo por esto sino, en primer lugar, como trabajador y como hombre. El motivo de mi divergencia es el cómo se va con ellas.

Del texto general de la revista, en cuanto ésta es hecha por sus redactores, se desprende que lo que se propugna es que los intelectuales se conviertan en guías de los demás trabajadores, dando ellos por ende y no las masas el sentido fundamental del desenvolvimiento cultural. Esto, que es notable por un rasgo o por otro en casi todos los redactores que escriben este número de BLOQUE, en nadie es más notable que en usted, Jorge Hugo Rengel. Es más, su estudio "La Nueva Ecuatorianidad", en cierto modo es la exposición sistemática de tal idea. Y con ella no puedo estar de acuerdo.

2. ¿Qué son -quiero preguntarle— los intelectuales en el régimen capitalista? ¿Qué son, más concretamente, los intelectuales en el régimen semifeudal y semicolonial del Ecuador? Esto es lo primero a investigar si se quiere razonar el por qué de la primacía cultural y en consecuencia, al fin y al cabo, política que se les atribuye.

Si la cultura fuera la manifestación de individualidades aéreas, por encima de la materialidad de la sociedad humana, estaría de acuerdo en que nadie como quien trabaja cotidianamente con los problemas específicos de la inteligencia debería dar el tono a la cultura.

El hecho, querámoslo o no, es que las cosas no ocurren así. Las ideas son el producto de cerebros que funcionan en el conjunto filosófico de un ser social que puede subsistir sólo a través de relaciones de todo orden con sus semejantes. Estas relaciones, cualquiera que responda con un ligero conocimiento de los hechos, encontrará que son las de supeditación económica de los intelectuales a las clases poseyentes, mezquino trato y limitadas condiciones de vida. Ante la contradicción que existe entre la importancia de sus servicios y el trato que reciben, alguien ha llamado a esta situación "grandeza y servidumbre de la inteligencia".

Si esto ocurre en países donde el nivel general económico es elevado, pudiendo allí la burguesía tirar un mendrugo menos pequeño a cada desposeído, entre ellos al intelectual ¿que no será en un país de técnica atrasadísima, de riqueza social ínfima y saqueado por el capital extranjero?

En nuestro país no hay especulación científica pura, No se lee libros nacionales. Los artículos periodísticos no se pagan. Los profesionales reciben honorarios ridículos, fuera de tres burgueses de cartel. Los estudiantes lánguidos de inanición, carecen de libros. El que quiere ser artista muere de hambre o va a ser alcahuete de algún gamonal para subsistir. Como resultado de las condiciones económicas de su vida, los intelectuales del Ecuador, salvo una minoría de honestos y pobres, tienen un temperamento de prostitutas.

A la burguesía bestial y bestializada ¿Se le podrá oponer un puñado de hombres sin ningún lazo que los ligue, prostituidos o reducidos a la impotencia por esa misma burguesía?. Cual está en condiciones de dominar la cultura ¿la clase coherente, por animal o descompuesta que esté, o los tristes desechos de una inteligencia nonata?.

3. Antes ¿Qué es la cultura?. Perdimos ya la idea en que creíamos, como creen los niños burgueses en que es el niño dios quien les da juguetes, de que la cultura es un soplo como el que fue robado a los dioses por Prometeo. Si tal soplo existiera, no dudo que cualquiera de nuestros duchos intelectuales pudiera robarlo.

Pero la cultura es algo material, concreto y vasto. Es el conjunto de conocimientos cultivados en acción a través de la técnica social. Sin las imprentas, sin los laboratorios científicos, sin los libros, sin los planes, sin las Universidades, no hay cultura. Mientras la clase burguesa monopolice estos medios técnicos y todos los demás que posee exclusivamente, ella será la dueña de la cultura, le dará su contenido por bajo y torpe que éste sea. ¿Y son acaso los intelectuales capaces de arrancárselos?

Tal era el sueño de los narodnikis, allá por los años en que Lenin salía por primera vez de su Kasán natal hacia. Saín Petersburgo. Lenin, unido enseguida al joven proletario ruso, sirviendo y dirigiendo a esta clase social, acabó con tales sueños. A una clase no se le puede oponer sino otra clase. La liberación de todo pueblo oprimido la dirigirá la clase más oprimida y más apta para la lucha.

Los intelectuales no son una clase. Hay intelectuales de todas las clases, proletarios, feudales, pequeño burgueses, etc. No hay que engañarse viendo una identidad fundamental en el hecho de que tengan tareas parecidas.

En el régimen capitalista los intelectuales, por lo general son pequeño burgueses al servicio del capitalismo. Por el pequeño capital que han costado los conocimientos que emplean para su trabajo se puede ver que son pequeños poseedores, de la misma calidad que los artesanos o los campesinos medios. Y resultan una parte mínima en el inmenso ejército del trabajo, siendo su papel en la producción enteramente secundario.

Nosotros, marxistas, negamos a los intelectuales la posibilidad de dirigir la conquista revolucionaria del pan y la cultura. El dominio económico-social de la burguesía puede solamente ser roto por una clase social que ejerza un papel decisivo en la vida económica contemporánea. Esta clase es únicamente la clase proletaria.


4. Reconocer tal cosa —lo cual hacen en BLOQUE y hace Ud., Jorge Hugo Rengel— significa, si uno es consecuente con las ideas, reconocer explícitamente que no es una situación cualquiera la que corresponde al proletariado en la lucha contra la burguesía, sino la situación hegemónica, de dirección, de vanguardia.

Seamos claros aquí para no caer en los conocidos errores, interesados o no, de apristas o socialistas. La dirección que proletariado dará y está dando ya a la revolución en el Ecuador es una dirección justa. El proletario es una minoría entre los trabajadores del país, pero es una minoría fundamental. Además hablar de la hegemonía proletaria significa la ruptura con los demás trabajadores, sino antes bien la alianza, pero no una alianza como la que los apris¬tas ensayan, llamada "de trabajadores manuales e intelectuales", y en la que son desvirtuados los propósitos mismos de la revolución, en medio de un nebuloso reformismo clase media, sino una alianza realmente revolucionaria, de cuya eficacia es única garantía la dirección proletaria.

Cuando se pone, en las ansiadas alianzas del pueblo, en primer plano a la pequeña—burguesía, intelectual o no, se concluye siempre — ¡lo hemos experimentado tantas veces!— por adulterar la finalidad revolucionaria. Sólo un Partido, aquí como en los demás países de América y del mundo, ha sostenido con rectitud e intransigencia la ideología proletaria: el Partido Comunista.

5. El Partido Comunista del Ecuador, Sección de la Internacional Comunista, es un partido internacional por la clase y nacional por los problemas específicos de la revolución antiimperialista que enfrenta aquí la clase. Contra las afirmaciones demagógicas de los demás partidos que pretenden dirigir a las clases laboriosas, que hablan a cada paso de la "revolución socialista", mientras colaboran en los ministerios feudales—burgueses, el Partido Comunista no tiene en sus banderas la consigna inmediata de una revolución socialista., que en las actuales condiciones del país no cree posible, sino la de una revolución agraria anti-imperialista, primer paso hacia la revolución proletaria socialista. Pero el Partido Comunista mantiene incólume eso si la consigna de un gobierno obrero y campesino, es decir un gobierno popular. Estos propósitos fundamentales muestran claramente el realismo científico y práctico a la vez que intransigente de su posición. Estos propósitos lo caracterizan, y lo distinguen de los demás partidos sedicentes revolucionarios.

El Partido Comunista tiene abiertas sus puertas a los intelectuales que creen sincera y consecuentemente en la lucha proletaria y que, habiendo adoptado su ideología marxista—leninista, única tolerada en un partido monolítico como es el nuestro, quieran pasarse de clase, camino de la revolución por el pan y la cultura. También, devuelve simpatía por simpatía a los intelectuales honrados que no participan directamente del saqueo de las masas, sean estos izquierdistas, socialistas, etc.,

No es real ni con mucho el anti—intelectualismo que se atribuye al partido. Muchos intelectuales militan en sus filas. Mediante una adhesión decidida, ideológica y práctica al proletariado, han llegado incluso a su dirección. Muchos simpatizantes intelectuales están en torno nuestro, también.

He ahí las razones por las que yo, militante del Partido Comunista Ecuatoriano, no puede estar de acuerdo con la actitud general de la revista BLOQUE sino en parte.

6. Hay una disconformidad en mi, mayor empero, y es con las ideas sentidas personalmente por usted, Jorge Hugo Rengel.

Es inadmisible, compañero, buscar el índice de la nueva ecuatorianidad en el solo fenómeno de la literatura, marcando como puntos señeros obras o personalidades literarias.

Primero, Pablo Palacio, después el libro de cuentos LOS QUE SE VAN y finalmente yo mismo, hemos merecido aquel juicio. :

i La revolución agraria antiimperialista, comparable a la revolución rusa a la que Stalin define como una "revolución nacional por la forma y proletaria socialista por el contenido", seguramente creará y desenvolverá una cultura nacional y obrera a la vez, única posible en nuestro país donde las otras clases demuestran día a día su impotencia y descomposición ideológica. Son múltiples y ampliamente variadas las formas —científicas, políticas, artísticas, filosóficas— en que se manifestará y empieza a manifestarse el movimiento cultural de masas. Fíjese en él, Jorge Hugo Rengel, si quiere percibir la naciente ecuatorianidad, que sólo puede ser obrera y campesina.

Hace tiempo que reconocemos en Carlyle el vocero de la burguesía británica más reaccionaria. La historia no la hacen los héroes. La hacen las masas, la hace la lucha de clase. Lenin es sólo un guía que sabe acertar, que sabe coincidir con la necesidad histórica.

Para concluir, estoy en contra de la conclusión que usted saca de sus afirmaciones literarias. No hay que soñar, Jorge Hugo Rengel, hay que hacer. Si realmente está con la lucha proletaria y con la cultura auténticamente ecuatoriana, no fantasee sobre la necesidad de un nuevo Partido, Bastantes adulteraciones del marxismo existen y dan trabajo a los trabajadores para librarse de sus errores o de sus trampas. No querernos más contrabandos de ideas pequeño—burguesas vestidas de proletarias. El partido del proletariado existe ya; usted lo conoce: si ama la cultura y sabe que el proletariado puede salvarla, si le causa alguna emoción y le sugiere alguna idea la miseria de las masas explotodas y su heroísmo de clase, venga sencillamente a su úni¬co Partido: el Partido Comunista.’


N del E. Carta a Jorge Hugo Rengel Mayo de 1.935

4 de marzo de 2011

Pan y Rosas Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo Andrea D’Atri

Todavía hoy conmemoramos, cada 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Sin embargo, entre tantos avisos publicitarios de flores y bombones, sigue permaneciendo oculto –para la gran mayoría- el origen de esta conmemoración que se sitúa en una acción organizada por mujeres obreras del siglo XIX en reclamo de sus derechos: el 8 de marzo de 1857 las obreras de una fábrica textil de Nueva York se declararon en huelga contra las extenuantes jornadas de doce horas y los salarios miserables. Las manifestantes fueron atacadas por la policía. Medio siglo más tarde, en el mes de marzo de 1909, 140 jóvenes murieron calcinadas en la fábrica textil donde trabajaban encerradas en condiciones inhumanas. Pero en ese mismo año, otras 30.000 obreras textiles neoyorquinas se declararon en huelga y fueron reprimidas por la policía. A pesar de la represión, las obreras ganaron la adhesión del estudiantado, las sufragistas, los socialistas y otros sectores de la sociedad.

Pocos años más tarde, a principios de 1912, en la ciudad de Lawrence, Massachusetts (EE.UU.), estalló la huelga conocida como Pan y Rosas, protagonizada también por obreras textiles que sintetizaban, en esta consigna, sus demandas por aumento de salario y por mejores condiciones de vida. En esta lucha, el comité de huelga instala guarderías y comedores comunitarios para los hijos de las obreras intentando facilitar la participación de las trabajadoras en el conflicto. La organización Industrial Workers of the World inaugura reuniones de niños y niñas en el sindicato para discutir por qué sus madres y sus padres se encuentran en huelga. Luego de varios días de conflicto, se envía a los envía a otras ciudades, donde los albergan familias solidarias con la lucha obrera. En un primer tren, salen 120 niños. En el momento en que se dispone la salida del segundo tren, la policía desata la represión contra los niños y las mujeres que los acompañan. Con este episodio, el conflicto llega a los diarios de todo el país y al parlamento, aumentando la solidaridad con las huelguistas.

Pero, ya en 1910, durante un Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, la alemana Clara Zetkin había propuesto que se estableciera el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, en homenaje a aquellas que llevaron adelante las primeras acciones organizadas de mujeres trabajadoras contra la explotación capitalista.

Siete años después que se instaurara el Día de la Mujer, cuando se conmemoraba en Rusia –febrero de 1917, para el calendario ortodoxo-, las obreras textiles de Petrogrado tomaron las calles reclamando “pan, paz y libertad”, marcando así el inicio de la más grande revolución del siglo XX que desembocara en la toma del poder por la clase obrera, en el mes de octubre del mismo año. Como vemos, el Día Internacional de la Mujer conjuga, entonces, la pertenencia de clase y de género que, más de un siglo después, sigue debatiéndose tanto entre las marxistas como en el movimiento feminista.


Opresión y explotación

Para las marxistas revolucionarias, la cuestión de la opresión de las mujeres se inscribe en la historia de la lucha de clases y, por eso, nuestra posición teórica es la misma que la de nuestra lucha: junto a los/as explotados/as y oprimidos/as por el sistema capitalista. Si lo hacemos desde la perspectiva del materialismo dialéctico e histórico es porque, como dijera John Holloway, “estábamos buscando una teoría del mundo que encajara con nuestra experiencia, con nuestra oposición a la sociedad existente. Estábamos buscando no tanto una teoría de la sociedad, sino una teoría contra la sociedad.” Y creemos que el marxismo presta las herramientas para comprender este mundo, aspirando a su transformación.

Ya algunas especialistas en Estudios de la Mujer han señalado que “es absolutamente necesario encarar un análisis de clase en el tratamiento histórico del feminismo”, para luego agregar que “el feminismo burgués sería la exposición de la conciencia de su opresión por parte de la mujer burguesa que se planteará su igualdad con el hombre en los terrenos político, legal y económico, en el marco de la sociedad burguesa. El feminismo obrero, en cambio, se propondría la superación de la subordinación social en el marco de una sociedad sin clases, según la modalidad política a la cual se adhiera, sea socialista, anarquista o comunista.” En el mismo sentido, marcando estas diferencias de clase en el análisis de la opresión de las mujeres, nos encontramos con otras autoras que señalan que “si todas las mujeres son oprimidas por el sistema patriarcal en vigor en la casi totalidad de las sociedades contemporáneas, no lo son por idénticas razones; además, hay oprimidas que oprimen, y conviene señalarlo.”

Desde una perspectiva marxista, consideramos a la explotación como aquella relación entre las clases que hace referencia a la apropiación del producto del trabajo excedente de las masas trabajadoras por parte de la clase poseedora de los medios de producción. Se trataría, en este caso, de una categoría que hunde sus raíces en los aspectos estructurales económicos. Mientras que a la opresión podríamos definirla como una relación de sometimiento de un grupo sobre otro por razones culturales, raciales o sexuales. Es decir, la categoría de opresión se refiere al uso de las desigualdades en función de poner en desventaja a un determinado grupo social. De ahí que sostengamos que si las mujeres integramos las diferentes clases sociales en pugna, por lo tanto, no constituimos una clase diferenciable, sino un grupo interclasista.

Y, asimismo, consideramos que explotación y opresión se combinan de diversas maneras. La pertenencia de clase de un sujeto delimitará los contornos de su opresión. Por ejemplo, aunque la imposibilidad legal de ejercer derecho sobre el propio cuerpo sea uniforme para muchas mujeres del mundo en el plano formal del corpus jurídico, no son equivalentes –en el plano de lo real- las prácticas ilegales posibles y sus previsibles consecuencias para quienes pueden acceder al clandestino aborto aséptico por posición económica, social y hasta nivel educativo, que para las que deben morir por hemorragias e infecciones, víctimas de un orden patriarcal con descarnado rostro capitalista. Es decir que, aunque puede señalarse que el conjunto de las mujeres padece discriminaciones legales, educacionales, culturales, políticas y económicas, lo cierto es que existen evidentes diferencias de clase entre ellas que moldearán en forma variable no sólo las vivencias subjetivas de la opresión, sino también y, fundamentalmente, las posibilidades objetivas de enfrentamiento y superación parcial o no de estas condiciones sociales de discriminación.


Oprimidas explotadas y oprimidas que oprimen

En los umbrales del siglo XXI, luchar por los derechos de las mujeres pareciera ser algo ya socialmente admisible y “políticamente correcto”, al punto que la mayoría de los gobiernos del mundo, en diferentes niveles institucionales, han incorporado la problemática de género en secretarías de estado, comisiones de trabajo, agendas y organismos multilaterales.

Es que hay hechos que son innegables. No podemos negar, por ejemplo, la realidad de un fenómeno conocido como "el techo de cristal” términos con los que se señala el hecho que las mujeres, tanto en los ámbitos académicos como laborales, no accedemos a cargos jerarquizados en la misma proporción que los varones, aún cumpliendo los mismos prerrequisitos de capacitación y desempeño.

También es sabido que, en la gran mayoría de los países de todos los continentes, las mujeres cobramos un salario equivalente al 60% ó 70% del que cobran los varones por el mismo trabajo. Y esta brecha, aumenta aún más a medida que aumenta la escala salarial; es decir, entre los cargos gerenciales y directivos, la discriminación contra las mujeres es mayor.

Como es posible advertir, la opresión de las mujeres se manifiesta, de diversos modos, en todas las clases sociales. Pero la mitad de la humanidad no se reparte equitativamente entre las distintas clases: las mujeres somos mayoría entre los explotados y pobres de este mundo y una ínfima minoría casi inexistente entre los poderosos dueños de las multinacionales que nos condenan a esa explotación y esa pobreza. Es un hecho categórico que, aún siendo las mujeres algo más que el 50% de la población mundial, constituimos el 70% de los 1300 millones de pobres del planeta y, por otro lado, sólo el 1% de la propiedad privada mundial está en manos de mujeres.

Es cierto que, mostrar las dobles, triples y múltiples cadenas que se ciernen sobre las mujeres trabajadoras -ya sean obreras, asalariadas, trabajadoras rurales o desocupadas-, no puede ser un argumento utilizado con el propósito de enmascarar la opresión que sufre la mitad de la humanidad, pertenezca a la clase que pertenezca. Por el contrario, si planteamos una perspectiva de clase es porque consideramos que la opresión de todas las mujeres obtiene la "legitimidad" que le otorga un sistema basado en la explotación de la enorme mayoría por una pequeña minoría de parásitos capitalistas; un sistema donde la perpetuación de las jerarquías y las desigualdades son parte fundamental de su funcionamiento.

Actualmente, la desigualdad jerarquizada entre mujeres y varones que hasta principios del siglo XX era justificada sin tapujos con apelaciones a un supuesto “orden natural”, aparece distorsionada tras algunos supuestos "triunfos del sexo débil". Pero este nuevo discurso acerca de la conjeturada liberación femenina ya alcanzada, hace referencia exclusivamente a algunas mujeres y a determinados aspectos parciales de sus vidas y derechos, ocultando que la cuestión de la opresión de género está entrelazada indisolublemente también a la cuestión de la explotación de clases. Y velando también que, en última instancia, el supuesto respeto por las diferencias y la igualdad conseguidos no son más que retórica en un sistema social que se sigue sosteniendo en una de las más abyectas jerarquizaciones dicotómicas: la que establece que millones de personas son condenadas a vender su fuerza de trabajo para que unos pocos sacien su sed de ganancias cada vez más exorbitantes.

Si no fuera porque la pertenencia de clase condiciona de diferentes modos la opresión de género, ¿cómo interpretar que mientras Ivanna Trump se convierte en una empresaria independiente en el mundo de los negocios o Hillary Clinton se sienta en el poderoso senado norteamericano, son 60 millones de niñas las que aún no tienen acceso a la educación?

El siglo XX vio mujeres presidentas, primeras ministras, miembros de gabinetes de gobierno, soldadas y oficiales, científicas, artistas y deportistas, empresarias y profesionales exitosas. Es también el siglo de la píldora anticonceptiva, la minifalda y los pantalones vaqueros, la moda unisex y los electrodomésticos. Pero no olvidemos que el siglo XX también fue testigo de los 50 millones de mujeres que mueren por año por abortos clandestinos, de millares de mujeres violadas y asesinadas por políticas de "limpieza étnica", de millones de mujeres desempleadas y viviendo en niveles que se encuentran por debajo de los índices de pobreza.

Se calcula que en el llamado “Tercer Mundo”, mueren unas 600.000 mujeres jóvenes por año, durante el embarazo y el parto. Por cada una de ellas, hay otras 30 que sufren infecciones, lesiones e incapacidades por las mismas causas. Es decir que, por lo menos, 18 millones de mujeres jóvenes por año sufren daños durante el embarazo y el parto, que llevan a algunas a la muerte.

Entonces, cuando una mujer de treinta años de edad, en “igualdad” con los varones, puede “ejercer su derecho" a ser oficial de las fuerzas conjuntas de la OTAN que bombardean los países semicoloniales, o morir, a la misma edad, en una aldea africana a causa del SIDA es paradójico e incluso cínico hablar del avance y progreso de la mujer. ¿No deberíamos hablar de distintas mujeres? ¿Son acaso iguales las vidas de las mujeres empresarias, las obreras, las mujeres de los países imperialistas y las de las semicolonias, las de las mujeres blancas y las mujeres negras, las inmigrantes o las refugiadas? Suponer que, sólo por ser mujeres, hay algo que vincula a Margareth Thatcher con las desocupadas inglesas, las empleadas del servicio doméstico de Argentina, las obreras de las maquilas mexicanas o las trabajadoras de los chaebols del sudeste asiático es, en última instancia, caer en el reduccionismo biologicista de la ideología patriarcal dominante que las mismas feministas han criticado seriamente. Hablar de género así, por lo tanto, es hacer uso de una categoría abstracta, vaciada de sentido e impotente para la transformación que queremos llevar adelante.


Capitalismo y patriarcado: un matrimonio bien avenido

Muchas feministas hoy se plantean estas cuestiones. Hay quienes señalan, incluso, que un feminismo de clase tendría que jerarquizar y valorar de diferente manera los problemas a los que se enfrentan las mujeres. De ese modo, dicen, por encima de la condena al sistema patriarcal, debería estar la condena al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, causantes de una creciente pobreza y de la reducción de los servicios públicos. Agregando que la mejor ayuda que pueden ofrecer las feministas a las mujeres del Tercer Mundo es condenar, desde una posición abiertamente antiimperialista, todas las intervenciones “humanitarias” que no sirven más que a los intereses de las grandes potencias.

Sin embargo, aunque hay planteos como éste que intentan aproximar las cuestiones del género y la clase y sus intersecciones para repensar el feminismo, son pocas las mujeres que intentan desarrollar este pensamiento a la luz del marxismo. Porque hoy, cuando hasta definirse postmoderno ya está fuera de moda, seguir sosteniendo los principios del marxismo parece algo más que arcaico.

Sin embargo, renegando de las modas a las que adscriben las intelectuales progresistas para condenar con diferentes palabras y categorías lo mismo que es condenado por los reaccionarios –la revolución obrera que pueda barrer con el dominio capitalista- seguimos sosteniendo que, si bien no surge con el capitalismo, la opresión de las mujeres adquiere, bajo este modo de producción, rasgos particulares convirtiendo al patriarcado en un aliado indispensable para la explotación y el mantenimiento del statu quo.

El capitalismo, basado en la explotación y la opresión de millones de individuos a lo largo y ancho del planeta, conquistando para la ampliación de sus mercados no sólo a pueblos enteros, sino también tierras vírgenes y parajes inhóspitos, ha introducido en su maquinaria de explotación a las mujeres, los niños y las niñas. Y aunque ha empujado a millones de mujeres al mercado laboral destruyendo los mitos oscurantistas que la condenaban exclusivamente a permanecer en el ámbito privado del hogar, lo ha hecho para explotarlas doblemente, con salarios menores a los de los varones, para que, de ese modo, pudiera bajar también el salario de los otros trabajadores.

El capitalismo, con el desarrollo de la tecnología, ha hecho posible la industrialización y, por tanto, la socialización de las tareas domésticas. Sin embargo, si esto no sucede es, precisamente, porque en el trabajo doméstico no remunerado descansa una parte de las ganancias del capitalista que, así, queda eximido de pagarle a los trabajadores y a las trabajadoras por las tareas que corresponden a su propia reproducción como fuerza de trabajo (alimentos, ropa, etc). Alentar y sostener la cultura patriarcal según la cual los quehaceres domésticos son tareas “naturales” de las mujeres, permite que ese “robo” de los capitalistas quede invisibilizado y también se transforme en invisible el trabajo doméstico que recae fundamentalmente en las mujeres y las niñas.

Y aunque nunca antes como en el capitalismo se crearon las condiciones científicas, médicas, sanitarias que nos permitirían a las mujeres disponer de nuestros propios cuerpos, este derecho aún no nos pertenece. El desarrollo de los métodos anticonceptivos como las píldoras, los dispositivos intrauterinos, las ligaduras de trompas e incluso la posibilidad del aborto aséptico y sin complicaciones para la salud son hechos ineludibles. Si las mujeres no podemos disponer de nuestro propio cuerpo, decidir no tener hijos o cuándo y cuántos hijos tener es porque la Iglesia, en complicidad con el Estado capitalista, sigue imponiéndose sobre nuestras vidas. Además de convertirse en un negocio muy rentable para un sector de profesionales, laboratorios, mafias policiales, etc, la posibilidad de separar el placer de la reproducción conlleva a una libertad que es peligrosa para los intereses de la clase dominante. Cuestionar la maternidad como único y privilegiado camino para la autorrealización de las mujeres, cuestionar que la sexualidad tenga como único fin la reproducción y cuestionar, asimismo, que la sexualidad sea entendida sólo como coito heterosexual pone en riesgo las normas con las que el sistema regula nuestros cuerpos. Los cuerpos que el sistema de explotación sólo concibe como fuerza de trabajo, como cuerpos sometidos a los estereotipos de belleza, como cuerpos escindidos y alienados transformados en una mercancía más en el mundo de las mercancías.


Género y clase en las luchas de las mujeres

Pero con el surgimiento y desarrollo del capitalismo, no sólo aumentó la explotación y la opresión de las mujeres, sino que también se sucedieron cambios profundos en la resistencia y la lucha de las mujeres contra estas cadenas. A fines del siglo XVIII, con las revoluciones burguesas, surge el feminismo como movimiento social y corriente teórica, ideológica y política. Y este movimiento recorre los siglos XIX y XX, adquiriendo distintas formas y llegando hasta nuestros días convertido en diferentes corrientes teóricas, en prácticas diversas y múltiples experiencias de organización.

Casi desde los inicios, con el desarrollo del capitalismo y la aparición de una poderosa clase obrera antagónica a la burguesía dominante, en el feminismo y contra él se instala el debate acerca de esta contradicción que encierra el sistema capitalista para las mujeres y que centra nuestro interés –el que fuera señalado por la marxista Evelyn Reed en los siguientes términos: “¿Sexo contra sexo o clase contra clase?”

Las marxistas revolucionarias seguimos sosteniendo que la lucha de clases es el motor de la historia y es la clase obrera, acaudillando a las masas pobres y al conjunto de los sectores oprimidos, el sujeto central de la revolución social que nos liberará de la esclavitud asalariada y todo tipo de opresión, atacando al capitalismo en su corazón, paralizando sus mecanismos de exacción y expoliación y destruyendo su maquinaria de guerra contra las clases subalternas. Hoy, esa clase cuenta con millones de mujeres en sus filas. El capital produce ésta y otras tantas contradicciones. La burguesía crea y recrea permanentemente a su propio sepulturero. Es nuestra convicción que las mujeres de la clase obrera tomarán parte fundamental en esas batallas futuras por el derrocamiento total de la clase explotadora.

Hace poco tiempo nomás, en nuestro país, las mujeres fuimos protagonistas de los cortes de ruta de los movimientos de desocupados, de las tomas de fábricas que producen bajo control obrero, de las asambleas barriales que cuestionaron el poder establecido, de las innumerables luchas y movilizaciones que cruzaron nuestro territorio. Las mujeres siguen en pie de lucha por sus derechos en todo el mundo. Hay mujeres a la cabeza de todos los movimientos sociales que eclosionaron en América Latina en la última década. Son cientos de jóvenes mujeres las que enfrentaron al imperialismo en los mítines antiglobalización y en las marchas mundiales contra la guerra de Irak. A pocos días de entrar en imprenta este trabajo, más de medio millón de mujeres marcharon en Washington en defensa del derecho al aborto, en peligro frente a la reaccionaria política de Bush. Todavía hay sectores del movimiento feminista que se resisten a ser integrados al sistema, institucionalizados y “oenegizados”, pactando menor radicalización por pequeñas cuotas de poder.

De estas historias de innumerables luchas de mujeres feministas, obreras, campesinas y militantes revolucionarias queremos aprender las mujeres de hoy para emprender las tareas que tenemos planteadas. Teniendo como eje de nuestro trabajo esta intersección entre género y clase, presentamos entonces el rol de las mujeres y del feminismo en los distintos acontecimientos y períodos fundamentales en que puede dividirse la historia de los siglos XIX y XX.

Muchos temas de interés fueron dejados de lado, otros merecerían una extensión y profundización mayor. No soy historiadora ni escritora profesional. Me guía el anhelo de colaborar, con este pequeño grano de arena, a la lucha de las mujeres por su emancipación. Mis expectativas estarán más que satisfechas si después de leer este trabajo, las autoras verdaderamente fundamentales del marxismo y el feminismo son releídas y sus elaboraciones son repensadas bajo el signo de estos tiempos, con el objetivo de combatir contra la opresión. Esencialmente, mi deseo es prestar una modesta colaboración a todas aquellas mujeres que emprenden la enorme y gratificante tarea revolucionaria de “cargar sobre sus espaldas una partícula del destino de la humanidad”.